Sunday, January 02, 2011

Globalizacion del Militarismo

La globalización del militarismo
El peor parásito


Ismael Hossein-Zadeh
CounterPunch


De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es quizás el más temible, porque contiene y desarrolla el germen de todos los demás.

James Madison

El mayor proveedor de violencia en el mundo actual es mi propio gobierno

Martin Luther King Jr.

Muchos estadounidenses todavía creen que las políticas exteriores de EE.UU. se hacen para mantener la paz, salvaguardar los derechos humanos y difundir la democracia en todo el mundo. A pesar de sus objetivos oficialmente declarados, sin embargo, esas políticas conducen frecuentemente a resultados contrarios: guerra, militarismo y dictadura. La evidencia de que los responsables políticos de EE.UU. ya no defienden los ideales que declaran en público es abrumadora.

Los que siguen albergando ilusiones sobre la orientación de las políticas de EE.UU. en el mundo deben hacer caso omiso del hecho que EE.UU. ha sido acaparado por una conspiración militar-industrial-de seguridad-y finanzas cuyos representantes están firmemente establecidos en la Casa Blanca y en el Congreso de EE.UU. El objetivo de la conspiración es, en última instancia, según sus propias directrices militares, la “dominación de espectro completo” del mundo; y está dispuesta a librar tantas guerras, a destruir tantos países y a matar a tanta gente como sea necesario para lograr ese objetivo.

Los halcones belicistas liberales y los cortos eruditos intelectuales que tienden a defender las políticas exteriores de EE.UU. sobre la base de “derechos humanos” o de “obligaciones morales” harían bien en prestar atención (entre otras evidencias) a los documentos de política exterior de EE.UU. revelados actualmente por Wikileaks. Los documentos “muestran con absoluta claridad que”, como dice Paul Craig Roberts, “el gobierno de EE.UU. es una entidad engañosa cuya razón de ser es controlar a todos los demás países”. Esencialmente, los documentos muestran que mientras el gobierno de EE.UU., como padrino de una mafia global, recompensa a las dóciles elites gobernantes de los Estados clientes con armas, ayuda financiera y protección militar, castiga a las naciones cuyos dirigentes se niegan a rendirse ante los deseos del matón y a renunciar a su soberanía nacional. Revelan que las políticas exteriores de EE.UU., como sus políticas interiores, no se ajustan a los intereses públicos o nacionales más amplios de la gente, sino a poderosos intereses especiales comprometidos primordialmente con el capital militar y el capital financiero.

Los arquitectos de la política exterior estadounidense son evidentemente incapaces de reconocer o admitir el hecho de que pueblos y naciones diferentes pueden tener necesidades e intereses diferentes. Tampoco son capaces de respetar las aspiraciones a la soberanía nacional de otros pueblos. En vez de eso tienden a ver a otros pueblos como ven al pueblo estadounidense, a través del prisma estrecho de sus propios intereses corruptos. Al dividir de manera egoísta al mundo en “amigos” y “enemigos”, o “Estados vasallos”, como los describió Zbigniew Brzezinski, poderosos beneficiarios de la guerra y el militarismo obligan a ambos grupos a lanzarse por el camino de la militarización, que conduce inevitablemente al militarismo y al régimen autoritario.

Aunque el militarismo tiene su origen en los militares, los dos son diferentes en carácter. Mientras los militares son un medio para lograr ciertos objetivos como mantener la seguridad nacional, el militarismo representa a un establishment militar burocratizado permanente como un fin en sí mismo. Es “un fenómeno”, como dijo el difunto Chalmers Johnson, “mediante el cual los servicios armados de una nación llegan a poner su preservación institucional por encima del logro de la seguridad nacional o incluso del compromiso con la integridad de la estructura gubernamental de la que forman parte”. (The Sorrows of Empire, Metropolitan Books, 2004, pp. 423-24).

Esto explica el crecimiento canceroso y la naturaleza parasítica –canceroso porque se expande continuamente por muchas partes del mundo y parasítico porque no sólo consume los recursos de otras naciones sino que también transfiere los recursos nacionales de EE.UU. de los fondos públicos a los cofres de los malvados intereses que están comprometidos con el complejo militar-industrial-de seguridad.

Al crear temor e inestabilidad y al lanzarse a aventuras militares unilaterales, el militarismo corporativo de EE.UU. también promueve el militarismo en otros sitios. La formación de alianzas militares internacionales en varias partes del mundo ha sido una importante estrategia de EE.UU. en la expansión de su influencia imperial y en la promoción del militarismo en todo el globo. Esas alianzas incluyen no sólo la tristemente célebre OTAN, que es esencialmente parte integrante de la estructura de comando mundial del Pentágono, y que fue recientemente expandida para controlar el mundo, sino también otros 10 comandos militares conjuntos llamados Comandos Combatientes Unificados. Incluyen el Comando África (AFRICOM), Comando Central (CENTCOM), Comando Europeo (EUCOM), Comando Norte (NORTHCOM), Comando Pacífico (PACOM) y Comando Sur (SOUTHCOM).

El área geográfica bajo la “protección” de cada uno de estos Comandos Combatientes Unificados se denomina Área de Responsabilidad (AOR). El área de responsabilidad de AFRICOM incluye “operaciones militares y relaciones militares con 53 naciones africanas –un área de responsabilidad que cubre toda África con la excepción de Egipto-.” El área de responsabilidad de CENTCOM incluye numerosos países de Oriente Medio, Oriente Próximo, Golfo Pérsico y Asia Central. Cubre Iraq, Afganistán, Pakistán, Kuwait, Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Jordania, Arabia Saudí, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.

El área de responsabilidad de EUCOM “cubre 51 países y territorios, incluidos Europa, Islandia, Groenlandia, e Israel”. El área de responsabilidad de NORTHCOM “incluye vías de entrada por aire, tierra y mar, y abarca los países contiguos EE.UU., Canadá, México y el agua circundante hasta aproximadamente 500 millas náuticas (930 km). También incluye el Golfo de México, los Estrechos de Florida, porciones de la región del Caribe incluyendo Las Bahamas, Puerto Rico y las Islas Vírgenes de EE.UU.”

El área de responsabilidad de PACOM “cubre más de un cincuenta por ciento de la superficie de la tierra –aproximadamente unos 272 millones de kilómetros cuadrados– casi un 60% de la población del mundo, 66 países, 20 territorios, y 10 territorios y posesiones de EE.UU.” El área de responsabilidad de SOUTHCOM “abarca 32 naciones (19 en Centro y Suramérica y 13 en el Caribe)… y 14 territorios estadounidenses y europeos… Es responsable del suministro de planificación de contingencia y operaciones en Centro y Suramérica, el Caribe (con la excepción de mancomunidades, territorios y posesiones estadounidenses), Cuba, sus aguas territoriales.”

Junto con más de 800 bases militares esparcidas por muchas partes del mundo, este coloso militar representa una siniestra presencia de las fuerzas armadas de EE.UU. en todo nuestro planeta.

En lugar de desmantelar la OTAN, por ser redundante en la era posterior a la Guerra Fría, se ha expandido (como representante del gigante militar EE.UU.) para incluir a numerosos países adicionales en Europa Oriental hasta llegar a las fronteras de Rusia. No sólo se ha introducido en una serie de nuevas relaciones internacionales y ha reclutado numerosos nuevos miembros y socios, también se ha arrogado numerosas tareas y responsabilidades nuevas en terrenos sociales, políticos, económicos, medioambientales, de transporte y comunicaciones del mundo.

Las nuevas áreas de “responsabilidad” de la OTAN, como las refleja su último Concepto Estratégico, incluyen “derechos humanos”; problemas ecológicos y de recursos claves, incluyendo riesgos sanitarios, cambio climático, escasez de agua y aumento de las necesidades energéticas…”; “importante medios de comunicación, como Internet, y la investigación científica y tecnológica…”; “la proliferación de misiles balísticos, de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva”; “la amenaza de extremismo, terrorismo y actividades ilegales transnacionales como el tráfico de armas, narcóticos y personas”; “rutas vitales de comunicación, transporte y tránsito de las cuales dependen el comercio internacional, la seguridad energética y la prosperidad”; la “capacidad de prevenir, detectar, defenderse contra ataques cibernéticos y recuperarse de ellos”; y la necesidad de “asegurar que la Alianza esté en la primera línea en la evaluación del impacto para la seguridad de tecnologías emergentes.”

Por lo tanto, los importantes temas globales de los que se afirma que forman parte de la misión expandida de la OTAN caen lógicamente dentro de la competencia de instituciones civiles internacionales como las Naciones Unidas. ¿Por qué entonces la plutocracia gobernante de EE.UU. utiliza a la OTAN para suplantar a las Naciones Unidas y otras agencias internacionales? El motivo es que debido al aumento de la influencia de una serie de nuevos protagonistas internacionales como Brasil, Sudáfrica, Turquía, Irán y Venezuela, la ONU ya no es tan servil como era ante las ambiciones globales de EE.UU. La planificación del empleo de la maquinaria militar imperial de la OTAN en lugar de instituciones civiles multilaterales como la ONU contradice, una vez más, las arrogantes pretensiones estadounidenses de su propósito de extender la democracia a todo el mundo.

Además, la expansión de las “responsabilidades globales” de la OTAN daría fácilmente nuevas excusas a la maquinaria militar imperial de EE.UU. para intervenciones militares unilaterales. De la misma manera, semejantes aventuras militares también ofrecerían al complejo militar-industrial-de seguridad de EE.UU. más razones para seguir aumentando el presupuesto del Pentágono.

La expansión de la OTAN para que incluya la mayor parte de Europa Oriental, ha llevado a Rusia, que había reducido sus gastos militares durante los años noventa con la esperanza de que, después del colapso del Muro de Berlín, EE.UU. hiciera lo mismo, a volver a aumentarlos. Como reacción al aumento de los gastos militares de EE.UU., que casi se han triplicado durante los últimos 10 años [de 295.000 millones de dólares cuando George W. Bush llegó a la Casa Blanca en enero de 2001 a la cifra actual de casi un billón (millón de millones) de dólares], Rusia también ha elevado drásticamente sus gastos militares durante el mismo período (de unos 22.000 millones de dólares en 2000 a 61.000 millones en la actualidad).

De la misma manera, el cerco militar a China por parte de EE.UU. (mediante una serie de alianzas y cooperaciones militares que van de Pakistán, Afganistán e India al Mar del Sur de China/el Sudeste Asiático, Taiwán, Corea del Sur, Japón, Camboya, Malasia, Nueva Zelanda y más recientemente Vietnam) también ha llevado a ese país a fortalecer aún más sus capacidades militares.

Tal como las ambiciones militares y geopolíticas de EE.UU. llevan a Rusia y China a reforzar sus capacidades militares, también obligan a otros países como Irán, Venezuela y Corea del Norte a fortalecer sus fuerzas armadas y reforzar su estado de preparación militar.

El agresivo militarismo estadounidense no sólo obliga a sus “adversarios” a destinar una parte desproporcionadamente alta de sus preciosos recursos a los gastos militares, también fuerza a sus “aliados” a aventurarse por un camino de militarización. Por lo tanto, países como Japón y Alemania, cuyas capacidades militares se redujeron a posiciones puramente defensivas después de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, han vuelto a militarizarse en los últimos años bajo el ímpetu de lo que los estrategas militares de EE.UU. llaman “la necesidad de compartir el peso de la seguridad global”. Por lo tanto, aunque Alemania y Japón siguen operando con una “constitución de paz”, sus gastos militares a escala global ahora se ubican en el sexto y séptimo puestos respectivamente (después de EE.UU., China, Francia, el Reino Unido y Rusia).

La militarización del mundo por EE.UU. (directamente mediante la extensión de su propio aparato militar por todo el globo e indirectamente al obligar a “amigos” y “enemigos” a militarizarse) tiene una serie de consecuencias aciagas para la abrumadora mayoría de la población del mundo.

Para empezar, es la fuente de una asignación en gran parte redundante y desproporcionadamente grande de los preciosos recursos del mundo para la guerra, el militarismo y la producción derrochadora de medios de muerte y destrucción. Obviamente, mientras este desembolso ineficaz de medios, influenciado por la clase, agota las finanzas públicas y acumula deuda nacional, también entrega tremendas riquezas y tesoros a los que ganan con las guerras, es decir, a los beneficiarios del capital militar y del capital financiero.

En segundo lugar, para justificar esta asignación asimétrica de la mayor parte de los recursos nacionales a los gastos militares, los dividendos de la guerra tienden a crear miedo, sospecha y hostilidad entre los pueblos y las naciones del mundo, sembrando así las semillas de la guerra, de conflictos internacionales y de la inestabilidad global.

En tercer lugar, tal como esos poderosos beneficiarios de la guerra y del capital militar y de seguridad tienden a promover la sospecha, a crear miedo e inventar enemigos, en el interior y en el extranjero, también debilitan los valores democráticos y alimentan el régimen autoritario. A medida que los depredadores intereses militares-industriales-financieros y de la seguridad establecen que las normas democráticas de apertura y transparencia perjudican sus nefastos intereses de autoenriquecimiento ilimitado, crean hábilmente pretextos para el secreto, la “seguridad”, el régimen militar y el Estado policial. El ocultamiento del robo del tesoro público en nombre de la seguridad nacional necesita la restricción de la información, la obstrucción de la transparencia y la reducción de la democracia.

Se desprende que, bajo la influencia cleptocrática de los poderosos intereses que están comprometidos con la industria militar-de seguridad y financiera, el gobierno de EE.UU. se ha convertido en una siniestra fuerza global de desestabilización, obstrucción, regresión y autoritarismo.

Ismael Hossein-zadeh, autor de The Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave-Macmillan 2007), enseña economía en Drake University, Des Moines, Iowa, EE.UU.



Fuente: http://www.counterpunch.org/zadeh12172010.html

Con el plan expuesto para Iraq, Obama se decanta por el militarismo estadounidense
03-03-2009


Patrick Martin
World Socialist Web Site
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Al ampliar otros dieciocho meses la ocupación estadounidense a gran escala de Iraq, y al acceder al calendario ya adoptado por la administración Bush de finales de 2011 para una retirada tentativa, el Presidente Barack Obama ha hecho algo más que traicionar las esperanzas de los millones de votantes antibelicistas que apoyaron su candidatura en 2008.
Ha identificado completamente a la entrante administración del Partido Demócrata con los fraudulentos argumentos empleados por la Casa Blanca de Bush para justificar la guerra en curso en Iraq, tras sus afirmaciones iniciales de que había quedado probado que las “armas de destrucción masiva” y los vínculos entre Iraq y los ataques de terroristas del 11-S no eran más que una sarta de mentiras.
El discurso de Obama a los cientos de marines en el Campo Lejeune fue un esfuerzo por legitimar la conquista y ocupación estadounidense de Iraq y presentar al ejército estadounidense como un instrumento de liberación en vez de como un ejército para la opresión y la guerra imperialista.
Aun que el candidato Obama describió la guerra de Iraq como “una guerra que nunca debió autorizarse y nunca debió emprenderse”, el Presidente Obama hizo una lectura muy diferente. “Habéis luchado contra la tiranía y el desorden”, dijo a las tropas reunidas. “Habéis perdido la sangre de vuestros mejores amigos y la de iraquíes desconocidos. Y habéis soportado una carga enorme por vuestros ciudadanos mientras abríais una preciosa oportunidad para el pueblo de Iraq”.
Nadie hubiera deducido de esa efusiva descripción que los principales efectos de la intervención estadounidense sobre los “iraquíes desconocidos” han sido muerte, mutilación y desplazamiento. Alrededor de un millón de personas han muerto desde la invasión estadounidense en marzo de 2003, incluidos los cientos de miles de asesinados por las bombas, misiles y proyectiles estadounidenses lanzados contra barriadas civiles. Civiles iraquíes sin cuento murieron asesinados en los controles de EEUU por el único crimen de no reducir la velocidad de sus coches lo suficientemente deprisa.
En cuanto a la “preciosa oportunidad” supuestamente ofrecida al pueblo de Iraq, se reduce al derecho a votar a partidos y políticos patrocinados por el régimen de la ocupación estadounidense para presidir una sociedad que ha sido virtualmente destruida.
Casi seis años después de la conquista estadounidense, Iraq sigue sin tener agua corriente, ni electricidad, ni un sistema adecuado de alcantarillado ni otras necesidades básicas de la vida moderna; se estima que el desempleo afecta al 50% de la población adulta; hay alrededor de cuatro millones de refugiados en exilio interno o externo; y la mayoría de las ciudades iraquíes están divididas en barriadas en función de la etnia y la religión separadas por muros de hormigón y puntos de control.
Obama no reconoció, y mucho menos repudió, el motivo real de la carnicería del ejército estadounidense: la inmensa riqueza petrolífera de Iraq y su posición estratégica en el centro del Oriente Medio. Ese silencio sólo demuestra que el nuevo presidente comparte el objetivo fundamental de su predecesor: afianzar el control del imperialismo estadounidense sobre Oriente Medio y Asia Central, fuentes de la mayor parte de los suministros de gas y petróleo mundiales.
Este hecho fue inmediatamente reconocido por los más fervientes defensores de la agresión de la administración Bush, incluyendo al Senador John McCain, el oponente republicano de Obama en la elección presidencial, otros republicanos del Congreso y la prensa más derechista. El Wall Street Journal, por ejemplo, alabó en un editorial el discurso de Obama en el Campo Lejeune, denominándolo “Obama vindica a Bush”.
El Journal expuso con entusiasmo: “El Sr. Obama pronunció un soberbio discurso, ofreciendo una política digna del Comandante en Jefe que es ahora”. Destacó “el rechazo implícito del Sr. Obama de sus propias posiciones como candidato” al estar de acuerdo en mantener un gran presencia militar estadounidense en Iraq, hasta 50.000 soldados, tras la fecha nominal de retirada de agosto de 2010, un acción que busca mantener “la ventaja estratégica” de un régimen títere estadounidense en el Golfo Pérsico.
Como Obama explicó en su discurso, una razón importante para el redespliegue de algunas fuerzas estadounidense fuera de Iraq es disponer de suficiente poder militar para confrontar tanto “el desafío de centrarse de nuevo en Afganistán y en Pakistán” como “un compromiso global estadounidense por toda la región”.
Millones de estadounidenses votaron a Obama no porque creyeran que la guerra en Iraq había sido una distracción de la búsqueda de objetivos imperialistas más amplios sino porque consideraban como un crimen la invasión no provocada y la conquista de una nación y se oponían al carácter depredador global de la política exterior estadounidense.
Sus voces no han tenido ni el más ligero impacto en la formulación de la política en la Casa Blanca de Obama. Como los sucesos de la pasada semana demuestran, es el aparato de la inteligencia y del ejército el que tiene aquí la sartén por el mango. Obama no tomó una decisión independiente como comandante en jefe, sino que autorizó sin cuestionar en absoluto el enfoque apoyado por una facción del establishment militar contra la otra.
Según las informaciones de prensa que siguieron al discurso de Obama en Camp Lejeune, el plan de “retirada” de diecinueve meses apoyado por Obama era la opción preferida del Secretario de Defensa Robert Gates y de la Junta de Altos Jefes de Estado Mayor. Gates confirmó, en una entrevista el domingo en “Meet the Press” de la NBC, que los comandantes de campo en Iraq, encabezados por el General Raymond Odierno, preferían un calendario de veintitrés meses para la retirada, mientras que los jefes del Pentágono, preocupados por la necesidad de más tropas en Afganistán y demasiado forzados ya para meterse en otros potenciales conflictos, optaron por el calendario más corto.
Cuando llegó al poder, Obama no sustituyó a ninguno de quienes tomaron las principales decisiones militares en la administración Bush. En vez de hacerlo, ha retenido a Gates, al Almirante Michael Mullen, jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor, a Odierno y al General David Petraeus, jefe del Mando Central estadounidense y arquitecto del “incremento de tropas” en Iraq.
Su endoso de las doctrinas militaristas quedó de manifiesto en el propio hecho de que Obama eligiera para dar su discurso una base de la marina ante una audiencia de tropas uniformadas, en vez de un acto civil o a través de un discurso televisado desde la Casa Blanca. El efecto buscado era sugerir que en los Estados Unidos de 2009, las decisiones sobre la guerra y la paz son fundamentalmente responsabilidad del ejército y que el pueblo estadounidense queda relegado al papel de simple mirón.
Todo el proceso pone de manifiesto la erosión sufrida por la democracia estadounidense. El pueblo estadounidense no consigue con sus votos, elección tras elección, cambiar en modo alguno la política exterior y militar del gobierno. La guerra en Iraq prosigue su marcha y la guerra en Afganistán sigue su escalada, sin que nada importe el sentimiento popular.
Enlace con texto original:
http://wsws.org/articles/2009/mar2009/pers-m02.shtml

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